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Sirenas de incursión aérea y el primer grito de un bebé: dar a luz en medio de la guerra en Ucrenia
- 03 de marzo de 2022
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Mariia Shostak es una mujer de 25 años que vive en Kyiv y que comenzó a tener contracciones el 24 de febrero, el día en que la Federación Rusa invadió Ucrania. Ella cuenta su historia.
Tuve un embarazo complicado, así que fui temprano al hospital de maternidad para que la criatura y yo quedáramos bajo supervisión médica. Cuando desperté, el 24 de febrero, la pantalla de mi teléfono estaba llena de mensajes de familiares. Desde antes de empezar a leer sabía que algo había ocurrido. Esa misma mañana tuve ligeras contracciones. Por la tarde fuimos evacuadas por primera vez al refugio que queda en el sótano del edificio. Aquello daba miedo; no pude dormir en toda la noche. Las contracciones se intensificaron, y las noticias no traían sosiego.
A primera hora de la mañana del 25 de febrero, un médico me examinó y me dijo que daría a luz ese día, así que llamé a mi marido para que viniera. El viaje, que normalmente tarda 20 minutos, le tomó a mi marido casi cuatro horas debido a las colas en la gasolinera, en las tiendas y en la farmacia.
Tuve suerte con el parto, pues no tuvo lugar en el sótano, aunque algunas mujeres dieron a luz en una sala creada al efecto. Empecé en la sala de partos, pero tuve que ser trasladada a la sala de operaciones debido a una cesárea. Más tarde, cuando cesaron las sirenas de incursión aérea, el personal médico quiso evacuarme al sótano, pero me negué. Debido al dolor, ni siquiera podía hablar, mucho menos ir a ninguna parte. El resto del tiempo me desconecté del mundo exterior; esa fue probablemente la única vez en que me olvidé de la guerra.
Después de la operación estuve varias horas en cuidados intensivos, ya sin anestesia. Me preocupaba no saber dónde estaban mi bebé y mi marido. Después sonó otra sirena de incursión aérea y decidí bajar al sótano. Llevaba un camisón desechable, estaba descalza e iba en silla de ruedas mientras sostenía un catéter urinario. Me cubrí con una manta y me llevaron al refugio, donde vi a mi hijo por primera vez. Le pusimos por nombre Arthur.
Sentí miedo, cansancio y dolor. El día después de la cirugía, subí a la sala de maternidad y regresé al sótano varias veces. Una y otra vez se disparaba la sirena de incursión aérea. Me las arreglé para dormir durante una o dos horas al día. Pasamos la mayor parte del tiempo sentadas en el sótano. Me dolía la espalda de estar sentada, y mis piernas siguen hinchadas producto de una complicación del embarazo. El agotamiento me hizo olvidar el miedo, hasta que un proyectil golpeó un edificio alto que se veía desde nuestra ventana.
Yurii, mi marido, nos cuidó a mí y a nuestra criatura. El personal médico organizó comidas en el búnker y después facilitó camas. Me ayudaron a darle el pecho a la criatura, repartieron medicinas para bebés y me sujetaban la mano cuando se me hacía difícil caminar.
Me siento segura en la capital: hay suficientes refugios y las autoridades nos dan información oportuna. Mi marido arregló un área en el sótano de nuestra casa para que nos refugiemos. Nací y me crie aquí, en Kyiv, este es mi hogar. No nos marcharemos.