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Desmentimos 8 mitos sobre un mundo de 8 mil millones de habitantes
- 19 de abril de 2023
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NACIONES UNIDAS, Nueva York - El 15 de noviembre de 2022, la población mundial alcanzó la histórica cifra de 8 mil millones de personas. Pero, ¿qué significa este sorprendente dato? ¿Cuáles son las consecuencias en las vidas, los derechos, la salud y la futura descendencia de todas estas personas?
En lugar de celebrar un hito en el desarrollo mundial, los medios de comunicación han mostrado, de manera abrumadora, su preocupación: no cabe un alfiler, la migración está fuera de control, no hay nadie para cuidar de todas las personas mayores, las mujeres necesitan reproducirse más (o menos). Mientras circula una retórica alarmista y los gobiernos tratan cada vez más de influir en las tasas de fecundidad, en nuestro último informe sobre el Estado de la Población Mundial nos preguntamos: ¿qué hay de verdad?, ¿qué hay de mito? y ¿cuál es el futuro más allá de las cifras?
Mito 1: Nacen demasiadas personas
Cada vez hay más catástrofes climáticas, conflictos interminables por los recursos, más hambre, pandemias, devastación económica... las causas de estas crisis son múltiples y se superponen. Para muchas personas, lo normal es apuntar a las tasas de fecundidad como la causa de estos males: la población mundial es demasiado alta, no hay suficientes recursos, etc.
Pero lo cierto es que alcanzar los 8 mil millones de personas es señal de progreso humano. Significa que más recién nacidos sobreviven, que más niños y niñas acuden a la escuela, reciben atención sanitaria y alcanzan la edad adulta. Las personas viven hoy casi 10 años más que en 1990. Los cambios en las tasas de fecundidad apenas influirán en la actual trayectoria de crecimiento de nuestra población (durante los próximos 25 años, dos tercios del crecimiento demográfico estarán impulsados por el crecimiento de años anteriores). De hecho, si nos fijamos en la tasa de crecimiento demográfico, se está ralentizando significativamente, lo que nos conduce al siguiente mito.
Mito 2: No nacen suficientes personas
Desde la década de 1950, el promedio de hijos que las mujeres tienen en todo el mundo se ha reducido en más de la mitad: de 5 a 2,3. Dos tercios de la población mundial viven en lugares con tasas de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo. ¿Es esto una señal de alarma de la extinción de la población mundial, de que a medida que la población envejezca, las personas mayores agotarán todos los recursos de servicios sociales y las naciones menguarán y desaparecerán?
No. Es una señal de que los individuos cada vez ejercen más control sobre su propia vida reproductiva. El descenso de la fecundidad no tiene por qué traducirse en una reducción global de la población. Muchos países han experimentado un descenso de sus tasas de población desde la década de 1970, pero aún así han crecido debido a la migración. Y todas las poblaciones están envejeciendo, como consecuencia del celebrado aumento de la longevidad.
Mito 3: Son cuestiones demográficas, no de género
La demografía trata sobre personas, y las personas nacen actualmente en un mundo con una desigualdad de género profundamente arraigada. La reproducción humana debería ser una elección, pero los últimos datos nos muestran que, lamentablemente, muchas veces esto no se cumple. Alrededor del 44 por ciento de las mujeres y niñas con pareja no tienen libertad para ejercer su autonomía corporal, lo que significa que no pueden decidir libremente sobre su atención sanitaria, métodos anticonceptivos y si desean o no mantener relaciones sexuales. Casi la mitad de todos los embarazos son no intencionales. Cada año, medio millón de partos son de niñas de entre 10 y 14 años. Únicamente entre un cuarto y un tercio de las mujeres de las regiones de ingresos bajos y medianos tiene el número de hijos que habían planeado, al ritmo que habían planeado (si es que habían planeado tener descendencia).
Sin embargo, cuando afrontamos cambios o preocupaciones demográficas, a menudo vemos que el discurso y los responsables políticos recurren a las tasas de fecundidad como si fuesen la mejor solución. ¿Con qué frecuencia las personas que proponen estas soluciones tienen en cuenta los deseos de fecundidad de las mujeres y las niñas? No lo suficiente.
Mito 4: La tasa global de fecundidad ideal es de 2,1 hijos por mujer
Se suele afirmar que 2,1 hijos por mujer es la fecundidad a nivel de reemplazo, es decir, la tasa media necesaria para reemplazar una población a lo largo del tiempo. En general, esto es cierto. Pero es un error tomar la cifra de 2,1 como regla de oro y objetivo en muchas políticas de fecundidad. En primer lugar, 2,1 es la tasa media de reemplazo en países con una mortalidad muy baja de menores de cinco años y una proporción natural de sexos al nacer, no en países con una mortalidad más alta o una proporción de sexos sesgada. Tampoco tiene en cuenta los cambios en la edad de las mujeres en el momento del parto ni el impacto de la migración. En resumen, es un objetivo erróneo e inalcanzable. No hay ninguna razón para creer que una tasa de fecundidad de 2,1 conducirá a niveles de bienestar y prosperidad óptimos.
Mito 5: Es irresponsable tener hijos en un mundo de catástrofes climáticas
Este razonamiento insinúa que las mujeres de los países con altas tasas de fecundidad son responsables de la crisis climática. La realidad es que son las que menos han contribuido al calentamiento global y las que más sufrirán sus efectos. El 10 por ciento más rico de la humanidad es responsable de la mitad de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. Y suelen vivir en países con tasas de fecundidad más bajas, donde existen políticas destinadas a fomentar la fecundidad o no existen políticas al respecto.
¿Qué podemos inferir de estos datos? Que reducir las tasas de fecundidad no solucionará la crisis climática: para ello, son necesarios niveles sostenibles de consumo. Hay que reducir las desigualdades e invertir en fuentes de energía más limpias.
Mito 6: Hay que estabilizar las tasas de población
Esta creencia parte del supuesto de que determinadas tasas de población son buenas o malas. Sin embargo, no existe un número perfecto de personas, ni debemos imponer el número de hijos para cada mujer. La historia ha demostrado que este tipo de pensamientos puede producir daños como la eugenesia y el genocidio.
Hoy en día, la comunidad internacional rechaza categóricamente los intentos de control demográficos, pero sigue existiendo un gran interés por influir en las tasas de fecundidad. Las Naciones Unidas han estudiado la postura de los gobiernos hacia el cambio demográfico en la última década. Una conclusión destacable de nuestro informe es un marcado repunte del número de países que adoptan políticas con la intención de aumentar, reducir o mantener las tasas de fecundidad de sus ciudadanos. No se trata necesariamente de políticas coercitivas —pueden ser positivas, por ejemplo la mejora del acceso a los servicios sanitarios—, pero en general se observa que los intentos por influir en la fecundidad se correlacionan con peores resultados en las medidas de democracia e índices de libertad humana.
La conclusión es que todas las personas tienen el derecho humano fundamental a elegir, libre y responsablemente, el número de hijos que desean tener y cuándo desean tenerlos. Nadie —ni políticos, ni expertos, ni legisladores— puede privarles de este derecho.
Mito 7: Tenemos que centrarnos en las tasas de fecundidad porque no existe información sobre los deseos de las mujeres
Las preocupaciones demográficas se plantean una y otra vez en torno a las tasas de fecundidad o de natalidad, pero ¿alguien se preocupa por qué desean las personas para su propia vida reproductiva? Los expertos suelen temer que los datos sobre intención de fecundidad sean poco fiables. De hecho, los deseos de fecundidad de una mujer pueden variar con el tiempo, dependiendo de sus circunstancias. Por supuesto, las personas pueden ser ambivalentes en cuestiones como el tamaño de la familia. Pero no tener en cuenta lo que las mujeres —y otros grupos marginados— necesitan y desean deja la puerta abierta a que se produzcan perjuicios y violaciones de derechos.
Los llamados a aumentar o disminuir las tasas de fecundidad se perciben a menudo como intentos por controlar la fecundidad de las mujeres, y no como garantías para que las propias mujeres y niñas decidan libremente.
Para las personas más marginadas, afirmar que las «tasas de fecundidad son demasiado altas» o «demasiado bajas» deja de lado la capacidad de decisión de las mismas personas de cuya fecundidad estamos hablando. Debemos salvar estas distancias situando los derechos y las libertades en el centro de todas las conversaciones sobre tasas de fecundidad.
Mito 8: Los derechos y las libertades son estupendos en teoría, pero inalcanzables en la realidad
No apoyar los derechos reproductivos siempre tiene un costo, y este costo es asumido, de forma desproporcionada, por las mujeres y las personas más marginadas. Debemos esforzarnos en ofrecer una gama completa de servicios de salud reproductiva —desde métodos anticonceptivos hasta partos seguros, pasando por la atención a la infertilidad— en todas las situaciones. Estas actuaciones pueden favorecer que las personas y las sociedades prosperen.
En definitiva, ¿estamos hablando realmente de cifras?
¿Demasiadas personas? ¿Demasiado pocas? ¿Cuál es la cifra adecuada? Nos estamos haciendo las preguntas equivocadas. Lo que deberíamos preguntarnos es si las personas, especialmente las mujeres, pueden tomar libremente sus propias decisiones reproductivas. La respuesta, en demasiadas ocasiones, es negativa.
Como dijo la Dra. Natalia Kanem, Directora Ejecutiva del UNFPA: «La reproducción humana no es ni el problema ni la solución. Cuando situamos la igualdad de género y los derechos en el centro de nuestras políticas demográficas, somos más fuertes, más resilientes y más capaces de lidiar con los retos derivados de la rápida evolución de las poblaciones».
El informe del Estado de la Población Mundial 2023 muestra que todavía hoy día demasiadas personas siguen sin poder lograr sus objetivos reproductivos. Los cuerpos de las mujeres no deben estar sujetos a decisiones tomadas por gobiernos o personas ajenas. La planificación familiar no debe ser una herramienta para alcanzar objetivos demográficos, sino para empoderar a las personas.